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Me costaba levantar la mirada para llegar a ver la luz del sol entrando por la ventana. Me seducía el olor a muerto y el de la carne en descomposición. Todas las mañanas recostado en mi colchón me dedicaba a jugar con su cuerpo fallecido de tres días, la misma que quiso matarme y que con previa jugada supe que no lo conseguiría, ya que sabía todo lo que pensaba, como gesticulaba y me miraba. Aquella mañana de martes sus manos fueron fieles representación de la muerte en su máximo esplendor, nada más ver que cogía el cuchillo me desperté, la cogí del cuello, la viole con suma violencia y en ese mismo acto la mate desangrada y agotada.
Me costaba levantar la mirada para llegar a ver la luz del sol entrando por la ventana, tanto que amaba estar al lado de su cuerpo dejando que de nuevo la luna diera paso a dormir abrazado a ella.
Románticamente eso nunca paso, fue ella la que me mato por la madrugada con un simple vaso de agua, el mismo que tomaba a la misma hora en forma de ritual. A las dos horas dormía a su lado sin latidos en mi corazón y con la boca llena de sangre al reventarse todas las vísceras de mi interior.
Su sonrisa al ver que me retorcía de dolor fue su máximo orgasmo femenino en una fiel escena de maltrato, siendo fiel a la intuición como mujer matando a este cruel ser.
«El bello aroma», por Gorri©
Gorri
Escritor.
Murcía, España.
Me gusta escribir con el pensamiento de saber que no tengo ni puta idea de poesía y tampoco de literatura.
En el vertedero doy pie a escribir eso que luego leen tus ojos, cansados de vivir y de ver basura de la que ¡cómo no!, van impregnados mis textos desde que nacen en mis vísceras hasta que son olvidados por el recuerdo o expulsados por mis sucias manos. Son pura mierda con el olor a los residuos que en la sociedad creamos.
Nadie evoca las tristes letras de un ser que intenta escribir aquello que la destrucción le inspira, ahí me expongo yo.
En el vertedero me forjo, allí y no aquí, ni allá. Entre ratas, olor putrefacto, y algún cadáver de un par de sicarios, nació lo que viene siendo un fracasado artista. A veces pienso: ¿es bueno no tener fama, no ser leído o que sean pasados por alto e ignorados mis escritos?
Me caracterizo por interesarme bien poco, o nada, en la crítica de los versos que escribo, impregnados de la miseria de mi corazón y de los pensamientos terroristas de mi mente.
En mi sillón de familia millonaria, junto a una silla de una reina destronada, y con el suelo lleno de las colillas de un par de puros pertenecientes a ricachones amargados y hartos de vivir, me convierto en un vagabundo de versos.
Si algo me gusta es no gustar a público.
No es poesía, ni es arte.
Soy yo y mis creaciones.